martes, 26 de junio de 2007

.diez.segundos.

Me dispongo, por primera vez en días, a cenar algo distinto que galletitas. Veamos en la heladera. Una mandarina marrón en una mitad. Queso. Vencido. En un frasco de vidrio, pikles que compró mi madre hace más de doce meses y que mutarán libremente. También otro de mayonesa de soja que hice apenas llegaba del norte, y cuando tenía tiempo. Tiene lunares. Sobre un plato, un pomelo gigante que nos robamos de una casa por Santos Lugares, abierto hace más de un mes. Formará parte del museo. Crema, abierta hace semanas. Y la salsa de tomate... desde la última vez que viniste, eso fue hace meses. La vez que te mostré mi lado más pendejo y odioso. Igual dormimos juntos. Cocinaste vos.
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Me rindo. Una zanahoria. La lavo -mamá siempre me persiguió con lavar las frutas y verduras, aunque las pelemos. ¿“Eskariquiakola”, era?-. Sale muy fría. ¿Este cuchillo está muy sucio? Bueno, uso uno nuevo. Miro la colección de platos y de vasos usados que crece hace semanas. Vajilla para siete personas (más invitados), en una casa habitada por una sola, acompañada de tierra y cucarachas olvidadas. Ayer limpié el patio de la entrada, en estos días haré la cocina. Mi cuarto, sin luz, y la ropa que ya no entra en la caja de madalenas. Y las acuarelas, sobre las que espero nunca caminar.
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Record de diez segundos para pelarla. Sin cortarme. De vuelta frente a la pantalla de la única compañía que me hace sonar respuestas. También diez segundos para comerla. Y también diez segundos para llegar a la alacena y tomar el paquete de harinas semivacío.
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